El cine emerge a fines del siglo XIX como una atractiva aunque poco trascendente novedad para cualquiera que no fuera un simple espectador atento a las curiosidades técnicas de su tiempo o un morboso espía de lo cotidiano: Se trataba de un simple registro de la realidad, “una invención sin futuro” en palabras de sus propios creadores, un espectáculo de feria que se limitaba a reproducir de manera deficiente aquello que ya podíamos ver con nuestros propios ojos. Así es que fue menospreciado por la comunidad científica de su tiempo, mucho más preocupada por los experimentos de cronofotografía que permitían descomponer y analizar el movimiento de hombres, máquinas y animales que por las posibilidades expresivas que ofrecía el medio.

“¿Por qué filmar a la velocidad normal eso que vemos con nuestros ojos? No veo cuál podría ser el interés de una máquina ambulante”, sostuvo Etienne Jules-Marey, cuyos estudios fueron determinantes para la invención de la cámara de cine.

Pero el espectador de aquel entonces supo ser más imaginativo y crédulo que sus pares científicos de la época. Porque fue precisamente la reproducción “imperfecta” de lo cotidiano y lo trivial lo que, proyectado en la oscuridad de una sala, deslumbró a aquellos primeros testigos de la más joven y fértil de las artes. Un hombre regando el jardín o la llegada a la estación de un tren ofrecían posibilidades de asombro y dramatismo superiores a las de un improbable viaje espacial. El cine no amaneció sorprendiendo a sus tempranos espectadores por los aspectos de todo aquello que fuera fantástico o irreal, sino por lo que mantenía de semejante con lo real.

Hoy podemos decir que el cine trascendió ampliamente sus limitaciones de mero registro de lo real y evolucionó hacia otras formas, donde la fantasía y la imaginación fueron ganando cada vez más terreno y aceptación entre los espectadores.

Entre todos los géneros cinematográficos que estimularon este camino, fue la ciencia ficción el que más lejos llegó. La fantasía fue poco a poco dejando de funcionar como un plan de evasión de lo real, y la ciencia ficción, sin renegar de lo siniestro y con un fuerte poder de cuestionamiento hacia el vínculo entre los hombres y los avances tecnológicos-científicos de su época, ha actuado en su breve pero intensa historia como una lúcida profeta de su tiempo, acortando en el proceso esa brecha -sólo en apariencia- extensa entre todo lo que considerábamos posible para nuestro tiempo y lo que nos estaba esperando a la vuelta de la esquina. El futuro llegó hace rato.